Detrás de este curioso fenómeno se esconde una ingeniosa estrategia del cuerpo humano.
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Es un fenómeno tan común que rara vez nos detenemos a pensarlo: después de un buen rato en la piscina, en la ducha o jugando en la tina, los dedos de las manos y los pies se arrugan como si fueran pasas. Pero, ¿por qué ocurre esto? La respuesta, lejos de ser un simple efecto del agua en la piel, nos lleva directamente al sistema nervioso y a nuestra historia evolutiva.
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Durante mucho tiempo se pensó que las arrugas en los dedos eran una consecuencia pasiva de la absorción de agua por la capa externa de la piel. Sin embargo, investigaciones recientes demostraron que se trata de una reacción activa del cuerpo, controlada por el sistema nervioso autónomo, el mismo que regula funciones involuntarias como la respiración o los latidos del corazón.
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Un estudio publicado en la revista Brain, Behavior and Evolution (2011) reveló que cuando los nervios de los dedos están dañados, las arrugas no aparecen, lo cual indica que no es simplemente un efecto físico del agua. De hecho, lo que sucede es que el cuerpo reduce el volumen de ciertos vasos sanguíneos bajo la piel, lo que provoca que esta se hunda formando los característicos pliegues.
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¿Y para qué sirve esto? Aquí viene lo más interesante: los dedos arrugados mejoran el agarre en superficies mojadas. En otras palabras, esta arruga temporal podría haber sido una ventaja evolutiva para nuestros ancestros, ayudándoles a recoger alimentos o moverse con más facilidad en ambientes húmedos o acuáticos.
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Es como si el cuerpo activara un ¨modo todoterreno¨ para las manos y los pies, una especie de tracción adicional en situaciones resbalosas. Lo curioso es que, aunque esta función evolutiva está claramente demostrada, aún no se sabe por qué se mantiene solo en ciertas partes del cuerpo y no en toda la piel.
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