Aunque hoy suene impensable, en los primeros siglos del cristianismo los papas podían tener esposa e hijos. Aquí le contamos por qué.

Estatua de San Pedro en el Vaticano

Durante siglos, el celibato ha sido una regla incuestionable en la Iglesia Católica. Pero lo que pocos saben es que, en sus orígenes, los papas no solo podían casarse, sino que lo hacían. Incluso, el primer líder de la Iglesia, San Pedro, tenía suegra

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Los primeros papas también fueron esposos y padres

Cuando se piensa en un Papa, la imagen más común es la de un hombre consagrado a la fe, solitario y célibe. Sin embargo, los comienzos del cristianismo fueron muy distintos. De hecho, los 39 primeros papas fueron hombres casados, según diversos historiadores y estudiosos del cristianismo.

San Pedro, considerado el primer Papa, era un hombre casado. Los Evangelios mencionan incluso que Jesús sanó a su suegra. El propio Vaticano admite en documentos que “los obispos, presbíteros y diáconos de la Iglesia primitiva eran a menudo hombres de familia”.

Incluso el Papa Hormisdas (514-523) tuvo un hijo que también fue Papa: Silverio. Esta práctica, que hoy parecería escandalosa, era completamente aceptada en aquellos tiempos. “No hay ninguna indicación clara de que Jesús exigiera el celibato, y hay evidencia histórica de que muchos líderes de la Iglesia temprana estaban casados”, explica la profesora Kim Haines-Eitzen, de la Universidad de Cornell.

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Entonces, ¿cuándo y por qué cambió esta tradición?

El giro hacia el celibato comenzó cuando el cristianismo, nacido en un contexto judío donde el matrimonio era la norma, se extendió al mundo grecorromano. Allí, ideas como la ascética (la renuncia a los placeres mundanos y la pureza sexual) comenzaron a cobrar fuerza. A esto se sumó el poder político: tras ser proclamado religión oficial por el emperador Constantino, el cristianismo adoptó una estructura jerárquica más rígida, donde los papas y obispos eran figuras de influencia tanto espiritual como política.

Durante estos siglos de la Iglesia, muchos papas y clérigos no solo se casaban, sino que acumulaban riqueza, tenían concubinas y vendían cargos eclesiásticos (una práctica conocida como simonía). La corrupción impulsó al Papa Gregorio VII a iniciar reformas profundas. Entre ellas, reforzar el celibato como señal de pureza y compromiso total con Dios.

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La consolidación definitiva del celibato llegó entre los siglos XI y XVI, con los Concilios de Letrán y de Trento. A partir de entonces, el celibato dejó de ser una opción espiritual para convertirse en un mandato obligatorio dentro del rito occidental de la Iglesia Católica.

Y aunque hoy existen iglesias orientales católicas donde se permite el matrimonio de sacerdotes, el Vaticano sigue sin aceptar hombres casados (ni mujeres) como opción para el sacerdocio en la mayoría de los casos.

El debate, sin embargo, sigue vivo. Grupos como “Católicos por el Derecho a Decidir” abogan por un regreso a las raíces más inclusivas del cristianismo. Y frente a las crisis internas de la Iglesia —como la escasez de vocaciones y los escándalos de abusos—  cada vez más se  cuestiona sobre el momento de replantear el celibato obligatorio.

Quizás mirar al pasado no sea una herejía, sino una oportunidad para comprender que, en la historia de la fe, no todo ha sido inamovible.

 

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