Durante casi cuatro décadas, el mundo cristiano estuvo dividido entre distintos Papas que se proclamaban como los únicos legítimos.
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Cuando Benedicto XVI renunció el 28 de febrero de 2013, se convirtió en el cuarto Papa en hacerlo voluntariamente. Aunque poco común, no fue un hecho sin precedentes: en 1415, Gregorio XII también dimitió, y en esa época, incluso, hubo tres papas que se proclamaron legítimos.
Entre los siglos XIV y XV, la Iglesia Católica vivió uno de los momentos más desconcertantes de su historia: el Cisma de Occidente. Durante casi cuatro décadas, el mundo cristiano estuvo dividido entre distintos Papas que se proclamaban como los únicos legítimos. Lo que comenzó como una disputa de poder terminó por desencadenar una grave crisis de autoridad que debilitó la confianza en la Iglesia y dejó huellas profundas en la historia de Europa.
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Una Iglesia, múltiples Papas: el inicio del conflicto
La muerte del Papa Gregorio XI en 1378 marcó un punto de inflexión en la historia de la Iglesia Católica. Fue el último pontífice de la llamada cautividad de Aviñón, un periodo en el que los Papas residieron en Francia en lugar de Roma, lo que ya había generado tensiones entre los fieles de distintas regiones de Europa.
Tras su fallecimiento, el cónclave fue presionado por el pueblo romano para elegir un Papa italiano. Así, fue elegido Urbano VI. Sin embargo, su carácter autoritario y las reformas que impuso causaron un gran malestar entre los cardenales, muchos de los cuales se retractaron de su elección y eligieron a un nuevo Papa: Clemente VII, quien se instaló en Aviñón.
Este fue el inicio del llamado Cisma de Occidente, en el que dos Papas, uno en Roma y otro en Aviñón, se acusaban mutuamente de ser ilegítimos.
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Una Europa dividida
La división papal no solo fue religiosa, sino también profundamente política. Las monarquías europeas se alinearon con uno u otro Papa según sus intereses geoestratégicos. Francia, Escocia, Castilla y Aragón reconocieron a Clemente VII en Aviñón, mientras que Inglaterra, el Sacro Imperio Romano Germánico y los Estados italianos apoyaron a Urbano VI en Roma.
Cada uno de estos «Papas» mantenía su propia curia, emitía bulas papales, y recaudaba impuestos eclesiásticos. Los fieles, confundidos, no sabían a quién obedecer. Esta dualidad debilitó la autoridad moral de la Iglesia y alimentó el escepticismo religioso.
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El momento más caótico: tres Papas al tiempo
En 1409, en un intento por resolver la crisis, se convocó el Concilio de Pisa, donde se declaró la deposición de ambos Papas (el romano y el de Aviñón) y se eligió a un tercero: Alejandro V. Sin embargo, los otros dos no reconocieron la decisión, lo que agravó aún más la situación. A partir de ese momento, hubo tres Papas simultáneos, cada uno con sus propios seguidores.
La situación alcanzó su punto más crítico: no solo se trataba de una disputa teológica, sino de una verdadera fragmentación del poder eclesiástico.
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El fin del cisma
La solución definitiva llegó años después, gracias al Concilio de Constanza (1414-1418), convocado por el emperador Segismundo.
En 1417, el concilio logró que los tres Papas fueran depuestos o renunciaran y eligió a Martín V, quien fue reconocido como el único Papa legítimo, restaurando así la unidad de la iglesia.
Este evento no solo puso fin al cisma, sino que también marcó un precedente en el papel de los concilios y los poderes seculares en la resolución de conflictos eclesiásticos.
El Cisma de Occidente dejó profundas cicatrices en la Iglesia Católica. La autoridad del papado quedó severamente cuestionada, y el prestigio moral del Vaticano sufrió un duro golpe. Muchos historiadores consideran que esta crisis fue un antecedente de futuras reformas religiosas, incluyendo la Reforma Protestante del siglo XVI.