Este bosque de Antioquia, es un refugio vital para cientos de especies y representa uno de los ecosistemas más ricos del país.
Fotos: esferaviva
En una época en la que el mundo busca reconectarse con la naturaleza, el Alto de San Miguel se levanta como uno de los santuarios de biodiversidad más importantes de Colombia. Ubicado en el municipio de Caldas, Antioquia, y a solo 30 minutos de Medellín, este bosque nublado no solo es la cuna del río Medellín, sino el hogar de un ecosistema desbordante de vida.
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En sus más de 800 hectáreas de reserva natural, este territorio concentra cifras asombrosas que lo posicionan como un verdadero tesoro ambiental: el 15% de la biodiversidad de Colombia está aquí. Así lo confirman estudios que han documentado más de 240 especies de aves, lo que representa el 12% de todas las aves del país y el 27% de las clasificadas en el departamento de Antioquia. Esta riqueza lo convierte en un paraíso para observadores de aves, biólogos y amantes de la vida silvestre.
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Pero las aves no son las únicas protagonistas. El Alto de San Miguel también alberga 49 especies de mamíferos, entre ellos el cusumbo de montaña y el esquivo oso hormiguero, dos especies que revelan el equilibrio delicado de este hábitat. A esto se suman 130 especies de mariposas y más de 620 tipos de plantas, incluidos helechos, musgos, orquídeas y árboles endémicos que conforman el alma vegetal del bosque.
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La diversidad del Alto de San Miguel no es casualidad. Se trata de un corredor biológico estratégico que conecta distintos ecosistemas del Valle de Aburrá, facilitando el tránsito y conservación de especies. Su importancia es tal que en 1993 fue declarado reserva ecológica por el municipio de Caldas, como un compromiso de protección frente al crecimiento urbano y la presión ambiental.
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Además de ser una despensa de vida, este lugar es también una despensa de agua. Allí nacen no solo el río Medellín —también conocido como río Aburrá—, sino varias quebradas como Santa Isabel, La Moladora, El Tesoro y La Vieja, que se entrelazan para formar una red vital que alimenta al Valle de Aburrá de Sur a Norte.
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Hablar del Alto de San Miguel es hablar de la posibilidad de un futuro más verde, más consciente, más conectado con la tierra. Por eso, visitarlo implica más que una caminata: es un acto de respeto y aprendizaje. Es entrar a un laboratorio natural donde cada hoja, cada sonido de ave y cada corriente de agua tiene algo que enseñarnos.
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En un país megadiverso como Colombia, proteger lugares como el Alto de San Miguel no es opcional, es urgente. Y reconocer su valor como santuario de biodiversidad es el primer paso para asegurar su conservación.
Fuente: turismoantioquia.travel – esferaviva
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